

Cajones que pesan más de lo que parece
27 noviembre 2025


No todo lo que entra en una planta se puede aprovechar. La parte que no admite recuperación continúa su recorrido hasta el depósito controlado de rechazos, un espacio diseñado para confinarla con seguridad y sin afectar al entorno.
El trabajo se organiza por celdas. A cada celda llegan balas de rechazo ya compactadas y se colocan con orden. Entre balas quedan huecos que, si se dejan, pueden generar inestabilidad cuando la altura crece. Para evitarlo esos huecos se rellenan con materiales inertes procedentes del afino del compost. Con ese relleno el conjunto gana densidad, mejora la compactación y permite operar con la maquinaria con seguridad.
La base de cada celda está impermeabilizada para que nada se filtre al terreno ni a los acuíferos. Además, cada celda incorpora una red propia que recoge el agua que atraviesa los residuos cuando llueve. Ese líquido, los lixiviados, se conduce a la planta de tratamiento donde se depura antes de su gestión final. El control se completa con piezómetros alrededor del depósito, son sondeos a más de 50 metros que permiten analizar las aguas subterráneas de forma periódica y detectar cualquier desviación.
Cuando una celda alcanza su cota prevista se desgasifica y se pasa a la siguiente. El conjunto está dimensionado para unos 15 años de operación y una capacidad total de 5.500.000 m³. Al finalizar su vida útil se sella. Primero se coloca una cubierta impermeable como la del fondo para que la lluvia no percole. Después se añade una cubierta vegetal que integra el relieve en el entorno y reduce la erosión.
La idea es simple. Lo recuperable se queda antes en la planta. Lo que llega aquí se confina con estabilidad, impermeabilidad y control continuo de agua y gas. Reducir al mínimo los rechazos es el objetivo; gestionar bien los inevitables es la garantía de seguridad ambiental.